Referiremos a la posmoderna temática de la PUNTUALIDAD en tres diferentes aspectos y en tres diferentes entradas.
Lo primero para decir sobre ella, en esta primer entrada, es que pasó de moda. Definitivamente. Tanto, como los
tamawachi.
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Un tamawochi, pasado de moda. |
Reconociendo como válido el concepto de relatividad que incluye Albert en nuestras vidas y en las de los observadores espaciales, el tiempo se vuelve más laxo. Se vuelve relativo.
Y por eso y mucho más, cada uno lo percibe de una forma distinta. El tiempo no transcurre de la misma manera para diferentes personas, y ni siquiera de la misma manera para la misma personas en situaciones diferentes...
Y la culpa de todo (de TODO, sí, sí, señora, de la inflación también) la tienen los relojes (y sus absolutistas inventores, en especial ese tal inglesito, sir Richard Wasigford): son arcaicos y no saben adaptarse a la realidad que nos toca vivir.
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La puntualidad relativa graficada por Salvador Dalí |
Los relojes deberían reflejar tiempos subjetivos, no tiempos objetivos, porque ahí es donde surge el "problema" de la impuntualidad.
Si los relojes marcaran el horario subjetivo, la puntualidad relativa, entonces no sólo se terminarían muchísimos conflictos sino también la impuntualidad misma, que se volvería un absurdo tan grande como la espera del mismísimo Godot.
El hecho de que dos personas lleguen a distinto horario al mismo lugar indica una percepción distinta del Tiempo para cada uno.
Los ritmos de cada uno influyen en el tiempo, eso no se lo puede negar.
Los impuntuales, por ejemplo, muchas veces creen que tienen ritmos más rápidos de los que verdaderamente tienen. O que el tiempo pasa más lentamente de lo que realmente se sucede.
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El Conejo Blanco siempre llegaba tarde, le hubiese servido un reloj menos absoluto... |
Y el problema es que a veces efectivamente pasa más rápido, y a veces más lento.
La trampa en la que caemos es mortal (siempre y cuando la persona que queda “plantada” (ya reflexionaremos sobre esta triste metáfora) sea muy intolerante, o quede plantada en arenas movedizas).
Es letal este engaño porque el reloj nos exige aquello que no nos puede ofrecer: la puntualidad universal aplicada a cada individuo en su particularidad.